martes, 1 de diciembre de 2015

LA "PERROMANIA", UNA ENFERMEDAD QUE SE CONTROLA.




La <<perromanía>> es una enfermedad grave. Muy grave. Afecta sobre todo a los niños, las personas solas y las familias numerosas.

Se ha notado que es [...] más concretamente hacia la Navidad cuando sus síntomas son más agudos. Se rumorea que Papa Noel recibe cada año miles y miles de cartas pidiéndoles un cachorro de tal o cual raza.

Y que es al entregar dicho regalo cuando empiezan los problemas. El animalito llega con un espléndido lazo alrededor del cuello que casi le estrangula, gime, ladra, se esconde, hace pipí sobre la moqueta nueva del salón, roe los pies del sillón Luis XV… Las madres aúllan, los padres gritan, los niños enloquecidos, corretean por toda la casa, pero se niegan a sacar al perro a la calle.

La <<perromanía>> navideña tiene mejor solución: prevenir es mejor que curar. Hay que informarse antes de cometer demasiados errores, saber mejor que inventar, estudiar y respetar el comportamiento del cuadrúpedo en vez de improvisar y hacerle sufrir.

¿Cómo comportarse frente a un recién llegado a casa? Hay que saber que el primer encuentro con él es primordial, que de nuestras atenciones, de nuestros gestos, de nuestras entonaciones de voz depende la armonía de nuestra futura relación con él.

Si formamos una familia todos los miembros de la misma deben reunirse para decidir de la talla, del tipo y del carácter del nuevo amigo común. Hay que tener en cuenta las costumbres de cada uno, calcular el espacio del que se dispone, de tiempo que podemos dedicarle. Es preciso saber que adoptar a un can es un asunto serio que nos ocupara durante unos quince años; no es un capricho de unas semanas.

Hay que escoger la raza en función de los gustos comunes, apartando los deseos de los megalómanos que exigen tener un Dogo alemán en un piso de veinte metros cuadrados y de los optimistas que pretenden poderse ocupar de los pasos del perro después de diez horas de trabajo diario.

Si hay una sola persona en el grupo familiar que tiene miedo a los perros o bien se niega a adoptar uno hay que retrasar la adquisición del animal: su presencia ocasionaría probablemente graves problemas en la educación y en la convivencia.

Es más, si es la madre la que no soporta la presencia del perro en casa, siendo esta la responsable de prepararle la comida o de sacarle a la calle, es mejor renunciar al proyecto. Nuestros compañeros saben quiénes les quieren y quienes les rehúyen; con un malestar básico el equilibrio familiar correría peligro. El animal servirá de pretexto para las peleas y los reproches.

Pero no veamos las cosas bajo un ángulo puramente negativo e imaginemos la familia saltando de alegría a la idea de acoger a un nuevo amigo. Entonces hay que pensar en él, imaginarse su desazón al verse repentinamente proyectado en un mundo que desconoce, sin su madre, sus hermanos, su criador, con olores y sonidos extraños a los que no está acostumbrado. Necesita tener un rincón propio en la casa desde donde podrá observar sin miedo, a acostumbrarse a su nuevo entorno. Los cambios repentinos cansan a los perros más alegres, y para reparar los efectos del estrés necesitan dormir en paz. No le instalaremos encima de la cama si no queremos que se suba en ella una vez pasado el trauma de la llegada a la casa. No le tentemos dejando zapatillas, libros, ropa, cortinas… a su alcance. ¿Qué sabe el de nuestras reglas de la convivencia? ¿De nuestras exigencias? ¿De nuestras manías? ¿De lo que está permitido o prohibido? Piense en aportarle tranquilidad, en ofrecerle una cama agradable, con un hueso que roer, en cambiar el agua de su plato… Lo mejor, de hecho, seria llevarle a casa con la misma manta, el mismo plato que tenía antes para no cortarle demasiado bruscamente de su pasado. Si es muy pequeño pedirá atención y cariño, nos seguirá por todas las partes, tal vez huya al menor gesto brusco o ruido desconocido. Sepamos mostrarnos pacientes; confiemos en su poder de adaptación, pues llegara pronto a construirse un universo propio dentro del nuestro.

Si le incitamos a comer fuera de su plato dándole restos de nuestros platos con la mano, si le dejamos saltar sobre los sillones, dormir en las camas, ladrar sin razones, somos nosotros los que tendremos problemas para rectificar nuestras equivocaciones. Un perro feliz es un perro bien llevado, que conoce sus límites. No le hace as feliz dormir en la cama que en su propia manta. Solo si cambiamos sus costumbres se sentirá perdido.

Es importante también que en la familia todo el mundo actué de la misma forma; desde el pequeño al más grande, las personas deben ponerse de acuerdo para dar las mismas ordenes, optar por el mismo comportamiento. Si uno riñe al perro los otros deben apoyarle, pues una orden seguida de una contraorden tiene por resultado desequilibrar al perro. En estos casos se pregunta: ¿Quién manda? ¿Quién soy yo? ¿A quién debo obedecer?

Ya lo hemos dicho, la <<perromanía>> es una enfermedad, pero puede resultar benigna si actuamos correctamente. Nuestra es la decisión…

Fuente: El Mundo del Perro.net

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